Ir al contenido principal

Confesiones de una spanker IV: la adrenalina

La conversación puede parecer casual, pero sé que detrás de esa aparente tranquilidad ella solo puede pensar en lo que va a pasar a continuación. No solo lo sé, lo siento. Lo siento cuando está sentada en el coche a mi lado y no deja de moverse. O cuando estamos frente a las escaleras que van a la habitación y se detiene, y tengo que indicarle que suba. O cuando entramos al ascensor, nos rozamos apenas y siento cómo se estremece. Actúo como si no pasara nada y observo su reacción. Puedo escuchar y ver cómo se acelera su respiración. Y esto no es nada y lo sabe. Pronto verá lo que pasa con las chicas que se portan mal. Esta es la moneda que más usamos: la adrenalina.

Hay muchos estudios sobre cómo la adrenalina se relaciona con el deseo sexual. Todas las relaciones cuando comienzan (no solo las kinkies) aumentan el flujo de adrenalina, lo que facilita que la sangre llegue a los órganos genitales. Cuando conocemos a alguien que nos atrae se activan neuronas con un elevado contenido de dopamina. Y no solo cuando conocemos a alguien, ¿saben cuándo sucede también? Cuando jugamos ciertos juegos que provocan un “subidón de adrenalina”, por ejemplo, cuando practicamos spanking.

Convengamos que este cóctel químico puede llevar a algunas personas a un punto de adicción importante. Es algo terrorífico y excitante al mismo tiempo (porque la excitación es la otra cara de eso que nos aterroriza). Por eso, una promesa de castigo es terriblemente excitante. La sola idea. Pero si además de la idea existe la posibilidad real de que suceda, el subidón podría ser majestuoso. Aquí podemos hacer una digresión y agregar que por eso es importante que la spankee pase un tiempo en el rincón en una sesión. O también otras estrategias como la “amenaza” de que cuando lleguemos a casa será castigada firmemente por tal o cual motivo. Todo esto es necesario, porque para llegar a cierto estado mental ayuda que antes la señorita en cuestión se estremezca de anticipación.

Cuando pongo a una chica sobre mis rodillas no siento solo el contacto con su cuerpo. Siento cómo respira, cómo se mueve, aunque parezca imperceptible, siento la temperatura de su cuerpo y hasta cómo se le aceleran los latidos del corazón. Por eso la posición sobre las rodillas es fascinante y jamás será superada por ninguna otra. Por eso y por otras cuestiones que no vienen al caso y de las que hablaremos en otra oportunidad. Por lo pronto siento cómo se estremece. Puede pasar, incluso, que esté temblando.

¿Saben qué otra cosa genera mucha adrenalina? Que te aten. Desde algo simple como que te aten las manos hasta el shibari más complejo. Todo lo que es desesperante hace que brote la adrenalina. Es una montaña rusa donde solo te queda dejarte llevar, aunque no puedas evitar aferrarte a la baranda con uñas y dientes.

Hace muchos años conocí a una chica a la que solo le gustaba sesionar una única vez con cada persona, es decir no quería entablar ningún tipo de relación. Y sus expectativas eran tener una sesión bastante severa y completamente desnuda. Hablame de adrenalina. Si hay un momento en que esta se expresa es en el primer encuentro. Y si hay algo que la dispara es la vergüenza. Por eso cuando hay una situación de potencial vergüenza no escatimo en recursos para proveerle a mi spankee el viaje completo. Va a sentir físicamente cómo le recorre el cuerpo hasta que le ardan las orejas. Esa sensación de frío y después calor que te recorre el cuerpo.

En otra oportunidad, en un encuentro con otra spankee, ella se encontraba boca abajo en la cama, con algunas almohadas debajo de su pelvis y el culo perfectamente posicionado y rojo. Yo tenía una regla de madera en la mano y no me estaba conteniendo para nada porque su lista de faltas era antológica. En un momento de pausa me dice: “tengo que decirte algo” y unos segundos después, en voz más baja, “dejé una materia”. Cerró los ojos después de decirlo, como si esperara un golpe inmediato. Un rayo. Automáticamente se arrepintió, pero era demasiado tarde. Adrenalina.

Si no, ¿qué la lleva a mencionar esa falta, en ese preciso momento? Esto pasa más de lo que uno creería: en el medio de la sesión la spankee hace un intento de provocar. Se ríe de la efectividad de un instrumento, o dice cosas muy inadecuadas. Aquí hay (por lo menos) dos cosas, la primera: la spankee está intentando recuperar el control. Es como si dijera: no importa la situación en que estoy, todavía puedo decir lo que quiera. La segunda, quizás más inconsciente, tiene que ver con la adrenalina.

Todas estas reacciones hormonales tienen (o mejor dicho tenían) una función: ayudar a la supervivencia. Lo que aparece cuando nos sentimos amenazados (juego o no) es algo primitivo y profundo que excede lo racional. Y ahora que no necesitamos “sobrevivir” las seguimos usando para “afrontar” situaciones. La influencia de estas hormonas es tal que si los niveles bajan la spankee puede sentirse irritable y la vida cotidiana transformarse en una pesadilla. Y una sesión adecuada ofrece una cantidad de endorfinas y oxitocina para sobrellevar (o en algunos casos disfrutar) cualquier paliza. 

Pero pensar demasiado en estas cosas atenta contra la magia. Y contra la fantasía. Afortunadamente la paliza, y los regaños, sirven para equilibrar todo eso. Como un botón de reset. Y luego todos seremos felices de nuevo, al menos por un rato.

Comentarios

  1. Me ha encantado. Gran lección sobre la psicología en el spanking.

    ResponderEliminar
  2. La adrenalina. Fascinante tema.... además de que me gusta intentar comprender un poco de porque hacemos lo que hacemos. Y definitivamente hay muchos otros detonantes.... esos que te hacen acelerar el corazón antes de un castigo. Y como Spanker diría que tambien hay algo de eso? .... algo para conversar más a fondo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es una excelente observación. Como spanker también hay adrenalina, y no hablamos tanto de ese tema, no? Hay que pensarlo

      Eliminar
  3. Yo creo que con independencia del rol los spankos somos adictos a la adrenalina. En los tiempos actuales, las reacciones lucha huida por mera supervivencia son muy escasas, sin embargo, hay que darle salida. Por eso hacemos deporte, vamos al gimnasio, nos tiramos en paracaídas o vemos un película de terror. Actividades que entrañan un pequeño riesgo controlado, pero que suponen un desahogo y escape a la adrenalina y que al salir "vivos" de ellas nos generan placer. La euforia del corredor , es esa sensación placentera que se da en el corredor exhausto al conseguir llegar a la meta.

    Jacques Lacan decía que el placer es algo que se añade a la vida y el goce algo que se roba a la muerte. Tal vez el spank tenga más de goce que de placer, según la definición lacaniana. Por otra parte dentro de los efectos de la adrenalina, además del lucha/huida , hay un tercero, en inglés lo llaman freezing o congelamiento en español, en este caso en vez de lucha o huida se produce una parálisis, al parecer tiene su origen en la estrategia de hacerse el muerto, para evitar un ataque, curiosamente en el spank, este efecto freezing está muy presente, la spankee podría huir, parar el juego, en cambio a partir de un determinado momento, al que generalmente se llega a través del contexto y de la forma de actuar del rol spanker, obedece, incluso de forma automática. Volviendo a Lacan, decía que cuando no se puede huir, lo mejor es quedarse quieto y disfrutar.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Amanda y Laura I: Los riesgos de no avisar.

 - ¡Mierda! – se escuchó el susurro en la habitación, a oscuras Laura estaba intentando prender la linterna de su celular. El departamento estaba en silencio y eran casi las cuatro de la madrugada. Una luz se encendió, la del velador. - ¿Amor? – preguntó Amanda. - Shhhhhh… no te vayas a despertar -contesto Laura, resignada de no haber podido encender su linterna. - Ya estoy despierta -respondió Amanda con evidente irritación- ¿Qué hora es? - Tem… hip.. prano… -una risa escandalosa confirmo las sospechas de Amanda, la salida de un par de copas y ya, se había convertido al final en algo más. - Te llamé varías veces -le reclamó Amanda. - Te amo ¿Te lo he dicho antes? – preguntó Laura mientras forcejeaba con su pijama. - Y yo a ti…. – Amanda dio un resoplido- No hay caso, ven a dormir. - ¿Es una orden señora? – preguntó Laura de forma juguetona. - Tú mejor obedece que ya estás en suficientes problemas. - ¿Me vas a castigar? – pregunto sin censura Laura mientras se acostaba. - Maña

Amelia y Emma 1: la foto

 El sol de las tres de la tarde atravesaba los ventanales del bar y se proyectaba en el suelo y las mesas. Amelia estaba sentada sola y, aunque sostenía su Kindle como si estuviera leyendo, en realidad estaba mirando la hora. “Quince minutos tarde”, pensó. ¿Quién era esta chica que de la nada le sacaba una foto? ¿Y cómo consiguió su número? Sus pensamientos fueron interrumpidos por la joven en cuestión que irrumpió en el bar, con su actitud relajada y su sonrisa de oreja a oreja, se acercó y la saludó. Contradiciendo su natural tendencia a ponerse seria Amelia no pudo evitar devolverle la sonrisa. Dejó el dispositivo sobre la mesa y le hizo una seña al camarero. —Llegas tarde. —Claro que no. Amelia frunció el ceño por unos segundos y se limitó a mirarla. La joven tenía un aspecto casual pero deliberadamente cuidado, su indumentaria se percibía mucha calidad. Su cabello castaño oscuro y largo terminaba en ondas sutiles. Sus dientes eran perfectos. Amelia se distrajo un minuto

Amanda y Samanta I: Las tres opciones.

 –¡Voy! – gritó Samanta desde su escritorio/comedor. Le dio un mordisco al chocolate que tenía encima y marcó con lapicero azul una de las tantas facturas que había estado ingresando al Excel toda la tarde. Samanta abrió la puerta y miro desconcertada un momento a Amanda. –¿Ya son las 6? –preguntó preocupada. –Hola para ti también –le contestó Amanda mientras entraba al departamento. El lugar no estaba sucio exactamente, pero era un pequeño caos. Se notaba que todo estaba fuera de su sitio como si hubiesen entrado a robar o alguien hubiese estado buscando cosas con desesperación. –Perdona se me hizo tarde –se disculpó Samanta intentando acomodar un par de cosas en el camino. –Ya, puedo notarlo…. ¿Te estás mudando? –preguntó con evidente diversión Amanda. –Ja… Y no… –Samanta volvió a sentarse en su comedor mientras volvía a enfocarse en las facturas que tenía enfrente –Tengo que ingresar hoy las compras que hice para la empresa con mi dinero o no me lo van a devolver hasta el mes qu