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Marga.

Era una de esas tardes que teníamos mucho tiempo. No pasaba a menudo así que cuando sucedía aprovechábamos para vernos fuera del hotel. Vivíamos algo lejos la una de la otra, dos horas cada una para llegar a un punto medio. Y durante muchos meses el Mega y el Asturias se convirtieron en nuestros lugares de encuentro. El Mega es un centro comercial realmente grande, aunque no tanto como el Plaza Norte que se encontraba a unas cuadras. Sin embargo por ubicación era nuestro lugar preferido cuando queríamos salir a conversar y a ser solo dos amigas, aunque aún en aquellas ocasiones la dinámica siempre estaba presente. Marga era mi spankee y yo era su Top.

Aquella tarde era el último fin de semana antes de fin de año, queríamos vernos con el propósito de no terminar el año sin hacerlo, habíamos tenido ambas un mes complicado, la vida se había impuesto y eso había dejado nuestras ganas de hacer algo más en el aire.

¿Estás segura que por aquí es la salida? Le pregunté por quinta vez luego de treinta minutos caminando. Habíamos terminado de comer, pasear y conversar y nos dirigíamos a la salida, según ella por medio de un atajo. Se puso caprichosa, algo que en el pasado ya le había ganado algún castigo. Me había arrastrado por casi todos los pisos, el área de camiones, el de carga y descarga de productos e incluso estoy casi segura que de alguna zona donde no se suponía debíamos de haber estado. Y en ese momento, doblando por otro pasadizo largo en el tercer piso, nos encontramos con esta tienda color verde y amarillo que vende desde artículos para fiestas hasta decoraciones para el jardín y según su publicidad todo desde $1.

Vamos a entrar, le dije a Marga mientras me dirigía a la entrada sin darle tiempo a preguntar para qué. Pase de largo por el área de las canastillas, para lo que tenía en mente no íbamos a necesitar una. Y llegamos a la zona que estaba buscando, la de utensilios de cocina.

Escoge una, le dije señalándole las cucharas/paletas de madera

¿Para que?, pregunto con los ojos bien abiertos.

Porque te voy a castigar. ¿Esta o esta?, le insistí señalándole entre dos opciones. Una cuchara tradicional, tamaño mediano y una espátula plana con agujeros a lo largo, ambas de madera.

Ay, no sé.

Llevamos ambas entonces, las tomé sin decir más y me dirigí a la caja a pagar ambas. Cuando salimos de la tienda le dije que ahora yo iba a guiarnos hacía la salida. Marga me seguía sin decir palabras. El hotel convenientemente se encontraba cruzando un puente peatonal saliendo del centro comercial, después de un pequeño parque. A veces no se trata de romper todas las reglas o meterte realmente en problemas. A veces la necesidad de un castigo se define solo por la actitud. Y Marga definitivamente había estado teniendo una actitud toda la tarde, quizá porque se creía a salvó debido a que no habíamos tenido motivos pendientes para ese día o quizá por lo relajada que había estado yo con las reglas debido al fin de año, fiestas y la vida en general. Pero eso se terminaba hoy.

Cuando entramos a la habitación el mood definitivamente era otro. Por lo general cuando se ha roto una regla, el castigo correspondiente es más que evidente. Pero Marga me seguía repitiendo que no se había portado mal.

No se trata de eso, le insistí, se trata de toda la semana. Y definitivamente se trata de la actitud de hoy. No te van a venir mal unas nalgadas para recordarte cómo debes comportarte.

Empecé directo sobre la piel. Pantalones y calzones abajo y sobre mis rodillas. Si cooperaba no tenía porque ser necesariamente largo. Bastaba con llevar el punto a casa. Íbamos a empezar el nuevo año con todas las cuentas saldadas.

Para cuando la cola ya estaba roja, Marga se encontraba ya pidiéndome que parará. Realmente no se esperaba un castigo el día de hoy.

¿Cómo vas a portarte el próximo año?

Muy bien, fue su rápida respuesta.

Perfecto y sino ya sabes que va a pasar, dije mientras cogía la primera de las dos compras que habíamos hecho ese día. La cuchara de madera, la cual descubriríamos en un siguiente encuentro que era muy frágil para nuestros propósitos. Dos docenas de golpes después y decidí coger el otro utensilio.

Entonces Marga…. ¿Qué estamos aprendiendo el día de hoy?, le pregunté mientras revisaba como iba la cola. El rojo estaba más intenso que antes y definitivamente estaba en llamas.

A no tener actitud…

Mala actitud, la corregí.

A no tener mala actitud, levante la pequeña espátula de madera y la dejé caer en la nalga derecha.

La espátula la desecharíamos al terminar, los bordes irregulares de los huecos y con la fuerza aplicada cortaba ligeramente la piel. Cuando me di cuenta de aquello me detuve y dejándola de lado volví nuevamente al mejor implemento de todos, la mano.

Sentí como quería escapar y detener el castigo pero ninguna de esas dos opciones era su decisión. No seguí mucho rato, lo suficiente para que una vez más me pidiera que por favor me detuviese y entonces cuando estaba ligeramente pasando el borde, me detuve. Nos quedamos allí unos minutos, ella recuperando el aire y yo dejando poco a poco ir el control. Le pedí que se levantará y le volví a colocar la ropa. Si ya es vergonzoso que te bajen los calzones, debe de ser mucho peor que te los vuelvan a subir.

Cuando nos despedimos el ambiente entre ambas estaba mucho más relajado. Con Navidad en la espalda y el año nuevo cerca, el calor del verano ya estaba muy presente. El viaje de regreso a su casa no le iba a ser muy divertido pero para evitarlo ya saben, hay que portarse bien ;).


Comentarios

  1. Los instrumentos se han de elegir con mucho cuidado; no sirve cualquier cosa para una tarea tan importante 💜

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    Respuestas
    1. Concuerdo totalmente! Además que la seguridad ante todo. Quizá el relato narra todo un poco más severo de lo que en verdad fue. Pero siempre cuido la seguridad.

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  2. Me encantó Stephanie! Me gustan mucho estos relatos íntimos con pequeños detalles, esa sensación de estar ahí caminando por el centro comercial con ustedes. Y el motivo sucede mucho, la spankee portándose como una malcriada. Muchas gracias por compartirlo

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