Ir al contenido principal

Micro Relatos VI

 -¿Como estuvo la prueba? - me preguntaste apenas entre al comedor.  

 
-Bien –mentí, no por miedo sino porque realmente no quería hablar de aquello. Estaba enojada, decepcionada, triste, pero sobre todo culpable. Después de tantos días de preparación y había fallado. Algo o todo en mi tono de voz debió de delatarme porque no me soltaste con aquella respuesta. 

-¿Segura? Si quieres lo podemos hablar. - presionaste, ¡Pero que ganas de quererle echar sal a la herida! Pensé.  
 
-¡N-o!¡No! ¡Pero que ganas tienen todos de joder hoy! -tire la mochila sobre uno de los muebles y salí rumbo a mi habitación, escuche mi nombre, pero algo me impedía voltear, calmarme, reordenarme, entonces azote la puerta como en ninguna otra situación hubiese hecho y me senté al borde de la cama, intentando respirar. 

Tus pasos no se demoraron en escuchar, sentí como dudaste cuando llegaste a la puerta cerrada pero no duro mucho, entraste sin tocar y me miraste preocupada desde el marco de la puerta. 

-Aún podemos hablarlo si lo deseas –insististe con tu tono conciliador.  

-¿Que parte del no, no entendiste? -me sorprendí de lo duras de mis propias palabras, jamás te había hablado así. Pero ya estaban dichas y no tenía cabeza para retroceder. Estaba enojada conmigo misma.  Había estudiado tanto que al recibir la nota recordaba haber llegado a pensar que era idiota.  

- Esta bien, si no quieres hablar entonces vamos a la sala a tener otro tipo de conversación -lo dijiste seria mientras me mirabas fijamente y supe bien a que tipo de conversación te referías. 

-Tampoco tengo ganas de eso – objete mientras evitaba tu mirada. 

-Eso es una lástima, pero después de la escenita realmente no tienes otra opción, de pie por favor.  

-No. -lo dije lento, y con una convicción que, por un segundo, solo uno, creí sería suficiente para que dieras media vuelta y me dejaras en paz. Grave error. 

Dos pasos y estabas a mi costado, o fueron pasos largos o la habitación se había reducido mágicamente. Me tomaste fuerte de una oreja y me obligaste a ponerme de pie.  

Si voy!¡Si voy! -repetí en caso no me hubieses escuchado a la primera mientras te rogaba con la mirada que me soltaras.  

Pero no me soltaste, sino quizás todo lo contrario tiraste un poco más fuerte mientras me obligaste a dar un par de pasos. 

-¿Vas a empezar a hacer caso? ¿O tengo que llevarte todo el camino hacía allá? 

Hago caso! Yo voy sola, de verdad – suplique, consciente de lo vergonzoso de toda la situación y que la oreja me comenzaba a quemar. Me soltaste y ambas manos fueron instintivamente a la oreja afectada, se sentía caliente y posiblemente tan roja como el tono de mi cara.  

-Quiero verte en el rincón, ahora voy. - ordenaste muy seria y con un gesto de la mano me indicaste el camino, no es que necesitara indicaciones, pero apresure el paso para salir del cuarto.  

Una vez allí me coloque en el rincón que usábamos siempre para este tipo de “menesteres”.  La ira me había abandonado momentáneamente y entonces ahora solo me quedaba la culpa. La culpa de haber fallado, la de haberte respondido tan mal y sobre todo la de haber escalado toda la situación por mi incapacidad para decir cuando algo se sentía mal.  

Te escuche entrar poco después pero no voltee a verte. Conocía bien tus expectativas para este momento y no quería hacerte enojar más. Me llamaste, sin embargo, apenas te sentaste en el sillón y voltee decidida a terminar con esto rápido, segundo error de mi noche.  

-¿Me vas a castigar? - te pregunté sintiendo como el enojo volvía a apoderarse de mi con cada palabra.  

-¿Debería? - ¡Que pendeja! Pensé y para mi horror se me escapó algo similar.  

Que pendejada! .... -mi garganta se sintió seca después de aquello. Sentí tu mirada dura y bajé la vista, incapaz de sostenerla. Te costó un segundo procesar todo aquello, pero apenas terminaste se notaba que ya habías decidido que hacer conmigo.  

- Ven aquí - señalaste el espacio inmediato delante de ti- ¡Ahora! 

Y ese ahora no tenía lugar para dudas, mis piernas se movieron de forma involuntaria. Me encontré delante tuyo antes de darme cuenta de toda la situación y antes de terminar de procesarlo tus manos ya estaban sobre los botones de mi pantalón, cerré los ojos e intenté no pensar en lo que venía.  

-Voy a suponer porque como no quieres hablar y la habilidad de leer mentes aún me es esquiva entonces solo puedo suponer que no te fue como esperabas en esa prueba que tenías, lo cual lamento mucho pero no te da ninguna excusa de comportarte así - me bajaste todo de un tirón y con eso también un poco el malhumor o quizá la vergüenza era muy fuerte como para tener dos emociones al mismo tiempo.  

- Perdón....   

-No, aún no. Ya escuchare luego tus disculpas ahora quiero saber ¿Que tan mal te fue?  

-Me faltó medio punto – respondí entre dientes, avergonzada mientras apartaba la mirada.  

-Bueno, no es lo ideal, pero puedes recuperarlo con tus otras notas. 

-No, era el último examen y me falto medio punto para salvar el curso.  

-¿Intentaste hablar? 

Tú qué crees! - explote por tercera o cuarta vez y de un leve tirón me pusiste sobre tus rodillas - ¡No! 

- Ah si, quizá no sea lo que quieras, pero ciertamente es lo que necesitas.  

Y entonces tu mano continuo la conversación, con ritmo y fuerza desde el inicio, no estabas para ningún tipo de juego. Y yo aparentemente tampoco estaba como para aguantar mucho porque me empecé a quejar casi desde el inicio 

Deja de moverte! - me regañaste y sentí como comenzabas a azotar mis muslos y entonces intenté quedarme lo más quieta posible. Tarea casi imposible porque sentía demasiado cada una de las nalgadas.  

Ya basta! - me desesperé 

- Eso – no – lo – decides- tú - puntualizaste cada palabra con un golpe más fuerte que los demás y entonces intente también morderme la lengua para intentar evitar alargarlo más.  

Ah! ¡Por favor! - Exclamé cuando sentí que comenzabas a cansarte. Cada nueva nalgada dolía tanto o más que la anterior, pero sentía como eran cada vez más espaciadas. Respiré aliviada cuando te detuviste, pero duro poco cuando sentí el frio de la paleta, la que usabas cuando los castigos eran un poco más serios sobre mi piel.  

-¿Que voy a hacer contigo? - me preguntaste, aunque era retorica. No importaba mucho mi respuesta o quizá sí, pero no cambiaría del todo tu opinión.  

-¿Perdonarme? Lo siento, no debí agarrármelas contigo.  

-No, no debiste. Y lamento mucho que perdieras el curso, vi cómo te esforzaste al final. Ya luego hablaremos sobre no dejar todo para el último esfuerzo –el primer azote siempre me hace cuestionarme cuantos más, para el segundo no veo la hora en que terminé y para el tercero comienzo a cuestionarme si esto no durara para toda la eternidad.   

Perdón 

-Puedes fallar de vez en cuando, el mundo no se acaba. Pero lo que no va a pasar es que te de carta libre para portarte mal.  

La paleta, larga y rectangular se sentía ligera a primera vista, pero pesaba sobre todo cuando caía en ángulo de 45°. Cada azote se sentía más difícil de soportar que el anterior, sujetaba con fuerza los cojines del sofá delante mío para evitar interrumpir con las manos, lo último que quería era alargar un segundo más aquello. La ira había desaparecido, el enojo también e incluso la vergüenza. Ya solo quedaba pendiente la necesidad porque esto terminara 

Perdón! - volví a repetir por quién sabe qué número de vez en una misma noche. 

-¿Terminaste con el berrinche y el mal humor? 

Si! - respondí y entonces la vergüenza regreso, pero el dolor seguía demasiado presente. El ritmo de los azotes era cada vez más espaciado, pero igual de preciso y fuerte.   

-Bien, entonces terminando aquí podemos dejar esto atrás y puedes tener hoy para sentirte mal, pero mañana -detuviste los azotes y dejaste la paleta casi descansando sobre mi cola- mañana, vas a sacudirte esto y empezar a pensar cómo evitar que vuelvas a llevarte un curso por solo medio punto, ¿entendido? 

- Si... 

- ¿Si-que? -preguntaste acentuando cada palabra con un nuevo azote. 

Si, señora! -me sonroje mientras lo decía, pero ya no tenía espacio para decir nada equivocado, ni ganas para tal caso.  

-Bien, diez más y terminamos. - anunciaste a la par que sentí como levantabas la paleta una vez más para dejarla caer. Sujete incluso aún más fuerte los cojines mientras sentía cada uno de los diez últimos azotes, siempre los últimos eran los más difíciles. La necesidad de que terminase y la poca energía para mantener la posición durante el final del castigo. Sobre tus rodillas se volvía más tolerable pero nunca más fácil.  

El último lo sentí especialmente cruel y quizá me lo merecía. No recordaba en qué momento empecé a contener la respiración, pero cuando sentí que dejaste la paleta a un lado solté todo el aire acumulado.  

-¿Todo bien ahí? - me preguntaste a la par que me aplicabas un poco de crema sobre el culo. Aunque algo me decía que igual iban a quedar marcas esta vez.  

-Mejor, gracias... -dije mientras me subía la ropa y con ella la vergüenza reaparecía nuevamente 

-¿Por la paliza? - te reíste luego de decirlo.  

No! O bueno, quizá también, pero por darte cuenta de que no estaba bien.  

-No necesito leer mentes, se te nota demasiado.  

Claro que no! 

-Si lo dices....  

Claro que lo digo! Y también digo que hoy es noche de sentirme mal y ya mañana pensaré que hacer. 

-Eso lo dije yo – te señalaste levantando una ceja.  

Si pero déjame ganar una hoy! - aunque, pensé, técnicamente ya me había ganado una hoy 

 

Comentarios

  1. Qué bien escribís Stephanie, no me canso de decirlo. Y de estas sutilezas (que después en la vida real resulta no tan sutiles) están hechas nuestro juego. Eso de entender lo que está pasando sin necesidad de que las cosas exploten

    ResponderEliminar
  2. Fantástico relato. Me encanta cómo escribes desde la mente de la protagonista. Se siente muy real todo lo que está pasando y cómo lo está viviendo. Muy intenso.

    ResponderEliminar
  3. Qué fantasia de historia!!! Me encanta!! el momento de la oreja es crucial jajajajaj. Sin duda cuando avisan de cuales son los últimos azotes, ya se sabe que esos van a ser dados sin piedad. Esa crueldad psicológica... Felicidades por la historias y gracias por compartir.

    ResponderEliminar
  4. Maravilloso relato, como todos los demás que he aspirado estos días; me encanta leer y darme cuenta de que, cuando una historia está contada en primera persona, para algunas es imposible no ponernos en el lugar de la protagonista. Alguna vez pasé académicamente por algo similar, y debo confesar que más de una vez deseé toparme con una spanker como la del relato. Nadie lee mentes, es una realidad, pero hay cosas que como spankee se expresan con demasiada obviedad para significar otra cosa. No es que los azotes sean la solución para todo, pero sí pueden ayudar a aligerar la carga y aclararnos la mente para que todo lo demás se acomode, deje de ser tan abrumador, y entonces sepamos por dónde empezar, aunque haya habido algunas lágrimas en el proceso. Esas también ayudan tremendamente, en múltiples aspectos.
    Me he topado con que, como switch (aún no defino los porcentajes de ambos roles en mí), tus relatos me han hecho desear estar en el lugar de la spankee varias veces. Los detalles, sentimientos y sensaciones, la forma en la que escribes…la impulsividad de algunos momentos, la serenidad de otros…es así, tal cual. Como bien menciona Vic, todo eso es parte de nuestro mundo. Sutilezas (unas que sí lo son y otras que no).
    El detalle de la oreja me ha puesto a millón por hora, por cierto.
    Excelente relato, Steph, siempre es un placer leerte!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Mily y Aly cap2: "Después de la calma, llegó la tormenta"

 Finalmente, habían acabado mis cinco días de tortura con esa dichosa dieta, y mi amiga vigilando que la siguiera al pie de la letra. Por fin, decidió ser buena conmigo y me compensaría con una noche de pelis y palomitas. Ya tenía todo listo en casa para su visita, excepto la cena (odio cocinar). Pediría una pizza para ella (ama la pizza), y yo comería una hamburguesa. Sonó el timbre; pensé que era la comida, pero era mi amiga. Le di la bienvenida, y justo detrás de ella llegó la comida que había pedido. Le pagué al repartidor, y Mily ya se encontraba sentada en el sofá, frente al televisor. Me miró con cara de pocos amigos. Mily: ¿Pizza? ¿Es en serio? Aly: Es para ti, sabes que no me gusta casi la pizza. Esta de aquí sí es para mí. (Le mostré la caja con la hamburguesa y las papitas y dejé todo en la mesa que estaba frente al sofá). Mily: Muy graciosa, Aly. Te acabas de recuperar y ya estás con eso de nuevo. Pero ni creas que te voy a permitir que comas esas cosas. Aly: Qué delica...

Una sorpresa inesperada

Había estado teniendo unos meses medio complicados entre el trabajo y algunos inconvenientes de salud. Debido a esos problemas de salud tenía una dieta estricta y estaba tomando medicamentos pero era muy cansado vivir de esa manera yo estaba acostumbrada a consentirme comprando cosas para mí, pero a diferencia de las demás mujeres yo no compraba ropa, zapatos o bolsos o esas trivialidades. Me gustaba consentirte como se consiente a una niña pequeña comiendo helado, pasteles, papitas y todas esas cosas que por desgracia mi doctora me prohibió así que como dije era un fastidio. Y para colmo soy una persona muy indiciplinada en cuanto a mi cuidado personal se refiere, además de ser spankee, si sabes lo que significa está palabra sabrás lo complicado que es ser yo en un mundo de adulto independiente y responsable pero bueno, dicen p or ahí que siempre hay una spanker dispuesta a enderezar nuestro camino y ahí se encontraba mi amiga Amy. Ya tenía algún tiempo de haberla conocido por faceboo...

Un castigo como ningún otro

El día había llegado y a mí me tocaba recibir mi castigo por (para variar) no estudiar y estar de vaga. El procedimiento ya me lo conocía: llegar a la casa de Kevin (quien en ese entonces ya era mi exnovio), llamar a Rebe, abrir la llamada, aceptar el regaño y empezar con el castigo. Debo admitir que me causaba cosquillas en el estómago; dolía, y mucho, pero no era como unas nalgadas en persona. Era raro: algo entre miedo, nervios y emoción, todo al mismo tiempo. Como cualquier otro día, me acosté en la cama, abrí mi laptop y empecé la conversación con ese gracioso “holi”, como si no estuviera preocupada por lo que venía. Solo que, dentro de unos minutos, mis nalgas recibirían su merecido castigo —merecido según Rebe, claro—. “¿Nerviosa?” apareció en la casilla de mensajes, y bueno… ¿Quién no lo estaría en un momento así? Supongo que la Patricia que todos conocemos no estaría para nada nerviosa en un momento así pero yo sí sentía esa mezcla de nerviosismo, entusiasmo y terror que solo ...