Ir al contenido principal

Verano.


¿Han sentido ese específico momento del día, luego de una calurosa mañana de verano, en que el viento se desliza perfectamente por la ventana abierta y la frescura de la sombra crea el espacio de tiempo perfecto para existir? Era una perfecta tarde de verano, salvo por un pequeño detalle.

Volviste tu mirada hacia el libro frente a ti, aún en la página 10.

Querías volver a leer tanto como antes; y es exactamente esto lo que le dijiste a ella. No debiste esperar menos de lo que sucedió. Manos a la obra, ¿Cuál es el problema? Muchas distracciones. Tengo la solución, exclamó ella. Hablaron sobre metas, objetivos y otros puntos que quizá si, quizá no solo aceptaste en ese momento porque te daba vergüenza admitir que ya te estabas echando para atrás sin antes siquiera haber empezado.

Y por eso estás aquí, un pequeño salón de clases dentro de un pequeño edificio que funciona como academia pre universitaria. Ella es profesora a tiempo completo aquí, pero los sábados las clases solo son hasta el mediodía y esto mismo te comentó cuando una de sus sugerencias fue usar este espacio, el salón vacío, para que pudieras leer sin distracciones y solo hasta que ella terminase de preparar su material de la próxima semana.

Posiblemente eran las últimas dos personas aún en el edificio, volviste una vez más la mirada hacía tu libro. Quieres leer, pero la verdad sea dicha, también quieres ponerla a prueba. A ella, a tus límites y a sus límites.  Volteas una vez más hacía la ventana entre abierta y en ese momento una pequeña paloma pasa volando, libre, lo tomas como una especie de señal. Ya probarás esos límites otro día, hoy solo quieres leer y portarte bien. Te acomodas en tu asiento y enfocas tu mirada nuevamente en el libro y justo en ese preciso momento un toque en tu brazo te sobresalta de muerte.

-          ¿Aún en la página 10? – Te pregunta, mientras su mano reposa sobre tu hombro. ¿En qué momento se colocó detrás de ti?

-          Iba a empezar a leer – Tratas de defenderte. Como si en este punto hiciera algún tipo de diferencia, nunca lo hace. Al menos nunca cuando sabes que ella tiene la razón y eso es casi siempre, más siempre que casi.

-          Mmmm… ve al frente por favor.

-          ¡¿Qué?! Digo ¿para?

-          Ahora – Y por supuesta ella ya se encuentra al frente del salón, esperándote. Te resistes un segundo, incapaz de moverte, pero luego de una mirada suya, una muy bien conocida por ti, obedeces.

Entonces casi arrastrando los pies te colocas justo enfrente suyo, todo para que en ese mismo instante sus manos vayan directamente a los botones de tu jean. No sabes que hacer con tus manos, nunca sabes. Pero aprendiste, de la forma difícil, a que lo mejor para ti es no interferir.

Termina con los botones del jean y sin prisa comienza a bajártelos al mismo tiempo que la ropa interior. No resistes más y tus manos corren para preservar algo de la dignidad que aún crees tener en este tipo de situaciones. Por supuesto no llegas a tu objetivo, tus manos son interceptadas entre las de ella y con delicadeza puestas detrás de tu cabeza, obedeces. La recompensa es un beso en la mejilla y una mirada amenazadora de mejor portarse bien.

Esperas, y por supuesto que se te hace eterna, ella esta muy ocupada buscando algo entre sus cajones. Si tan solo la página hubiese sido la once, te lamentas a la vez que ruegas a cualquier poder superior que realmente ambas sean las últimas dos personas en ese edificio. La escena de por si solas resulta mortificante, estando allí en mitad del frente del aula, con el culo al aire, las manos detrás de la cabeza y esperando para ser castigada. Público es lo último que necesitas. Y en ese preciso momento, escuchas el click de puerta abriéndose y solo cierras tus ojos fuertemente, incapaz de moverte.

 

-          Oh, lo siento… Solo pasaba a revisar si necesitas ayuda al cerrar. – Es tu amiga, de ambas. Profesora igual que ella. Sabe de su dinámica, demasiado bien para tu propia opinión, te ha visto ser azotada en más de una ocasión. Nada de eso, sin embargo, hace de este momento menos embarazoso por lo que mantienes tus ojos fuertemente cerrados.

-          ¿Me devolviste mi regla? – pregunta ella como quien habla del clima.

-          No, todavía la tengo en mi escritorio. Ahmm…. ¿quieres que te la alcance? – Y notas que suena más que feliz de ayudar en este momento.

-          No, puedo ir por ella yo misma – Y escuchas sus pasos alejarse hacía la puerta, no sin antes añadir para tu vergüenza – Solo por favor quédate un momento, avísame si se mueve.

-          Ok.  

Escuchas o intentas adivinar como se mueven, claramente una de las dos aún se encuentra dentro del salón. Sientes su presencia, o quizá no la sientas y todo este en tu imaginación, pero nada de eso hace de este momento menos real.  Así que mantienes tus ojos cerrados y esperas, en los últimos minutos parece que ya eres una experta en ello.

 

-          Listo la tengo. ¿Se movió? – es ella y te alegras brevemente, muy breve.

-          Ni un centímetro – Tu amiga notifica para tu alivio – Entonces… ¿Quieres ayuda para cerrar?

-          No es necesario, no vamos a demorar. Solo necesito darle a la señorita un pequeño recordatorio.

-          Oh ok, ¡Nos vemos el Lunes!

 

Escuchas como la puerta se cierra nuevamente y los pasos de ella acercándose, ahora no sabes porque sentir mas alivio. Un pequeño recordatorio claramente es menos que una zurra y sin ningún testigo para tu beneficio.

 

-          No te pongas tan feliz – Abres tus ojos y allí está ella, casi sonriendo igual que tú. Con la regla en una mano mientras que con la otra coloca la silla de su escritorio cerca de ti.

-          Lo siento… - Intentas disimular la sonrisa, ahora sabiendo que no está realmente enojada contigo y que, por lo tanto, esta vez, no va a ser tan severa.

-          Ven aquí cariño – Te ofrece su mano para ayudarte a tomar la posición, no te resistes. Sobre su regazo es quizá el mejor y el peor momento de tu día. Te coloca a su conveniencia e intentas mantenerte en equilibrio- No hay necesidad de disculparse, esta vez, pero a la próxima definiremos la cantidad de páginas mínimas para leer en este tiempo, algo razonable por supuesto. ¿Entendido?

-          Si, señora. – Y tu respuesta llega en coordinación perfecta con la primera nalgada. Muerdes tu labio levemente, siempre olvidas cuánto duele la primera. No mas charla, solo el sonido de su mano impactando en tu cola. El dolor al inicio es más que tolerable, es el sonido lo más te mortifica del momento.

Intentas no moverte demasiado, pero pronto entiendes que rápido no quiere decir necesariamente ligero. El castigo empieza a subir de intensidad y poco a poco te es cada vez más difícil no intentar poner tu mano en medio. No hay patrón que seguir y no hay forma de medir la intensidad, no más. Se concentra por más de lo que tu quisieras en la unión entre las nalgas y las piernas y allí pierdes un poco más el control y tus pies empiezan a moverse y dar pequeños golpecitos. Puedes sentir el calor y su mano castigándote. Una de tus manos se agarra fuertemente a la pata de la silla en tu último afán de no interferir.  Y justo cuando pensabas que no podrías más, se detiene.

Respiras.

-          ¿Todo bien? – la escuchas preguntar, mientras te acaricia suavemente las nalgas. Es solo por cortesía. Ella sabe, igual que tú, que estas acostumbrada a zurras más largas y más severas que esto. Pero claro, nunca antes te había castigado en un espacio tan público.

-          Si si…. Si, señora.

-          Bien – Te da dos últimas palmadas para luego sentir la presión de la regla sobre tus nalgas – Solo diez y terminamos.

-          Ok.

-          Solo diez, está vez – te advierte – Cuéntalas.

Uno, la palabra sale de tu boca inmediatamente después del primer impacto. Dos, no estás segura si es que pica más que duele. Tres, vuelves a agarrar la silla. Cuatro, de nuevo en la unión entre las nalgas y las piernas ¿Por qué será su sitio favorito para castigarte? Cinco, definitivamente duele más que pica.

Las siguientes cinco las cuentas sin equivocarte. Hubo una vez en que decidiste que sería buena idea saltarte un número pensando en que no se daría cuenta, o quizás esperando que si lo hiciera. No volviste a cometer ese error nuevamente.

Y entonces termina, se quedan allí unos minutos mientras recuperas el aire a la vez que masajea suavemente tu cola.

-          Hora de irnos -anuncia mientras te da dos últimas palmaditas, te ayuda a levantarte para después ir directamente a la ropa que aún está en tus tobillos. No sabes que es más embarazoso, que te baje los pantalones o que te ayude luego a vestirte.

Te quedas esperándola allí al frente, mientras intentas recuperar un poco la compostura. Ella recoge sus cosas, incluyendo tu libro. Te extiende su mano, la cual alegremente tomas, y ambas salen del edificio. El sol ya casi no quema y mientras ella se asegura de cerrar con todas las cerraduras la puerta tu puedes sentir nuevamente aquella brisa de la tarde, tenías razón, una perfecta tarde de verano. 


Comentarios

  1. ¡Me encantó! La spanker, perfecta. Mirá vos, te lo tenías guardado...

    ResponderEliminar
  2. Más perfecta esa tarde, imposible. Sentí que estaba literalmente AHÍ mientras leía la entrada, es como si pudiera percibir el calor del verano a través del texto y cada emoción también… ¡Me gustó mucho y hace tiempo que no leía algo escrito de esa forma!

    ResponderEliminar
  3. Esta genial como nos llevas de la mano con la historia y las escenas escolares son muy comunes en el spanking, me encanta como nos produce las emociones que describes... GRACIAS !!!!1

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Mily y Aly cap2: "Después de la calma, llegó la tormenta"

 Finalmente, habían acabado mis cinco días de tortura con esa dichosa dieta, y mi amiga vigilando que la siguiera al pie de la letra. Por fin, decidió ser buena conmigo y me compensaría con una noche de pelis y palomitas. Ya tenía todo listo en casa para su visita, excepto la cena (odio cocinar). Pediría una pizza para ella (ama la pizza), y yo comería una hamburguesa. Sonó el timbre; pensé que era la comida, pero era mi amiga. Le di la bienvenida, y justo detrás de ella llegó la comida que había pedido. Le pagué al repartidor, y Mily ya se encontraba sentada en el sofá, frente al televisor. Me miró con cara de pocos amigos. Mily: ¿Pizza? ¿Es en serio? Aly: Es para ti, sabes que no me gusta casi la pizza. Esta de aquí sí es para mí. (Le mostré la caja con la hamburguesa y las papitas y dejé todo en la mesa que estaba frente al sofá). Mily: Muy graciosa, Aly. Te acabas de recuperar y ya estás con eso de nuevo. Pero ni creas que te voy a permitir que comas esas cosas. Aly: Qué delica...

Una sorpresa inesperada

Había estado teniendo unos meses medio complicados entre el trabajo y algunos inconvenientes de salud. Debido a esos problemas de salud tenía una dieta estricta y estaba tomando medicamentos pero era muy cansado vivir de esa manera yo estaba acostumbrada a consentirme comprando cosas para mí, pero a diferencia de las demás mujeres yo no compraba ropa, zapatos o bolsos o esas trivialidades. Me gustaba consentirte como se consiente a una niña pequeña comiendo helado, pasteles, papitas y todas esas cosas que por desgracia mi doctora me prohibió así que como dije era un fastidio. Y para colmo soy una persona muy indiciplinada en cuanto a mi cuidado personal se refiere, además de ser spankee, si sabes lo que significa está palabra sabrás lo complicado que es ser yo en un mundo de adulto independiente y responsable pero bueno, dicen p or ahí que siempre hay una spanker dispuesta a enderezar nuestro camino y ahí se encontraba mi amiga Amy. Ya tenía algún tiempo de haberla conocido por faceboo...

Un castigo como ningún otro

El día había llegado y a mí me tocaba recibir mi castigo por (para variar) no estudiar y estar de vaga. El procedimiento ya me lo conocía: llegar a la casa de Kevin (quien en ese entonces ya era mi exnovio), llamar a Rebe, abrir la llamada, aceptar el regaño y empezar con el castigo. Debo admitir que me causaba cosquillas en el estómago; dolía, y mucho, pero no era como unas nalgadas en persona. Era raro: algo entre miedo, nervios y emoción, todo al mismo tiempo. Como cualquier otro día, me acosté en la cama, abrí mi laptop y empecé la conversación con ese gracioso “holi”, como si no estuviera preocupada por lo que venía. Solo que, dentro de unos minutos, mis nalgas recibirían su merecido castigo —merecido según Rebe, claro—. “¿Nerviosa?” apareció en la casilla de mensajes, y bueno… ¿Quién no lo estaría en un momento así? Supongo que la Patricia que todos conocemos no estaría para nada nerviosa en un momento así pero yo sí sentía esa mezcla de nerviosismo, entusiasmo y terror que solo ...