Ir al contenido principal

La mejor alumna (Parte 1)

Mercedes cruzó la calle corriendo, preguntándose por qué siempre tenía que salir con el tiempo justo. Irrumpió en el aula de Epistemología literalmente pisando a los jóvenes sentados en el pasillo. La interrupción fastidió a la profesora Mujica, una señora adusta de unos 60 años, que le dedicó una mirada nada amable. 

—… el tema del trabajo será: “La evolución del concepto de verdad” —continuó— Y es muy importante porque a partir de él elegiré a las cuatro personas de este año que me acompañarán en mi proyecto de investigación. 

La joven se desplomó en su asiento, no creía tener la más mínima oportunidad. Aunque le fascinaba el tema. Aunque seguramente era la persona que más había leído sobre esa materia en todo el salón. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil?

En esa marea de pensamientos navegó toda la hora. Cuando la clase terminó, y mientras se dirigía a la puerta, la profesora la detuvo. 

—¿Puedo hablar contigo un momento?

—Claro.

—Hace dos días me encontré con Amelia Stone y me habló muy bien de ti. La conozco hace mucho y no dudo de su criterio. Además, tu primer trabajo fue excelente y tienes lo que hace falta para entrar al grupo de investigación. Pero eso nunca va a pasar si llegas a cualquier hora y entregas las cosas cuando se te da la gana.

—Lo siento, es que… —Mercedes no sabía bien qué responder.

La profesora tomó sus cosas y se dirigió hacia la puerta —Las expectativas son muy altas, no hay lugar para excusas. 

Mercedes sintió como todos los colores se le subían a la cara. Pero estaba feliz, con esa felicidad que se siente en todo cuerpo. “Voy a conseguirlo”, pensó mientras caminaba de vuelta las veinte cuadras hasta el departamento que compartía con sus dos amigas, “un mes es mucho tiempo”. 

A la mañana siguiente tenía una cita con Amelia y le contaría todo. Fue una buena semana y tenía excelentes noticias. O tal vez no noticias, pero sí las mejores perspectivas y una sensación de que las cosas por fin se estaban acomodando.

Cuando llegó, sus amigas, que vivían en una realidad paralela, continuaban con sus planes de hacer una fiesta y Mercedes, que en otro momento hubiera sucumbido a la culpa, sintió que la situación y la oportunidad eran perfectas para celebrar.  Solo tenía que hacer un cronograma, no faltar a clases, no llegar tarde y lograr una cantidad de objetivos semanales. Un mes es mucho tiempo.

Sin mucho más en mente se dedicó a beber y dejarse llevar por el grupo de personas conocidas y desconocidas que inundaban su casa. En algún momento de la noche debió quedarse dormida en uno de los sillones porque le era imposible entrar en su habitación.

Cuando despertó eran las 11 de la mañana. Tenía un dolor de cabeza monstruoso y una llamada perdida de Amelia. Había faltado a la cita. 

Sintió como si le hubiera caído un cubo de agua helada encima. No podía ni mirar el teléfono, ni mucho menos devolver la llamada. Sentía que debía al menos enviar un mensaje, pero no sabía qué poner. Amelia no tomaría bien ningún mensaje. Además, la realidad se imponía. El departamento era un caos y sus amigas no se movían. El suelo estaba cubierto de vasos y platos desechables. Huellas de zapatos de bebidas derramadas eran visibles en toda la sala. Los sofás y sillas estaban cambiados de lugar. La cocina era un caos lleno de platos sucios, botellas y restos de comida. 

La prioridad era limpiar el espacio, pensó. Y ponerse a estudiar o al menos hacer un cronograma. Finalmente logró levantar a sus amigas y las tres decidieron aunar fuerzas y ordenar todo. Así pasó la tarde. 

Casi una semana después, Amelia aún no tenía noticias de ella. Era la primera vez que desaparecía de esta forma. Había faltado a una cita anteriormente, pero había quedado muy claro, después de una charla, que faltar y desaparecer sin dar explicaciones no era aceptable. O al menos eso creía.

Mientras tomaba un té y revisaba algunos pendientes sonó el timbre. Se dirigió a la puerta sorprendida, porque no tenía ninguna cita, y se encontró con Mercedes, que tal vez por los nervios, o porque otra vez no sabía que decir, solo pudo sonreír. Amelia no sonrió.

 —Pasa, por favor.

Otros relatos de esta serie:
La mejor alumna (Parte 2)
La mejor alumna (Parte 3)
La mejor alumna (Parte 4)
La mejor alumna (Parte 5)

Comentarios

  1. Me encanta saber que vamos a poder seguir leyendo sobre este personaje (Amelia) y algo me dice que Mercedes no la va a tener nada fácil cuando se presente. Ahora se me ocurre pensar como spankee... a veces hasta donde llegamos para evitar un castigo?

    ResponderEliminar
  2. El relato está magníficamente bien planteado, se nota que la autora conoce ese mundo, lo vive. Y por encima de eso es un planteamiento sugerente; una se imagina ya a Amelia fotografiando el trasero encarnado de Mercedes para usarlo como faro de los objetivos deseados por las tres protagonistas :)

    ResponderEliminar
  3. Está muy bien escrito..... uffff esperando la continuación!!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Mily y Aly cap2: "Después de la calma, llegó la tormenta"

 Finalmente, habían acabado mis cinco días de tortura con esa dichosa dieta, y mi amiga vigilando que la siguiera al pie de la letra. Por fin, decidió ser buena conmigo y me compensaría con una noche de pelis y palomitas. Ya tenía todo listo en casa para su visita, excepto la cena (odio cocinar). Pediría una pizza para ella (ama la pizza), y yo comería una hamburguesa. Sonó el timbre; pensé que era la comida, pero era mi amiga. Le di la bienvenida, y justo detrás de ella llegó la comida que había pedido. Le pagué al repartidor, y Mily ya se encontraba sentada en el sofá, frente al televisor. Me miró con cara de pocos amigos. Mily: ¿Pizza? ¿Es en serio? Aly: Es para ti, sabes que no me gusta casi la pizza. Esta de aquí sí es para mí. (Le mostré la caja con la hamburguesa y las papitas y dejé todo en la mesa que estaba frente al sofá). Mily: Muy graciosa, Aly. Te acabas de recuperar y ya estás con eso de nuevo. Pero ni creas que te voy a permitir que comas esas cosas. Aly: Qué delica...

Lección de medianoche

El sol de la tarde se filtraba por las cortinas del salón, tiñendo la estancia de un tono dorado. Lucía estaba frente al espejo del pasillo, revisando por tercera vez su maquillaje, mientras Clara la observaba desde el sofá con una taza de té caliente en las manos. Lucía llevaba un vestido negro ceñido que realzaba su figura y unos tacones que hacían sonar sus pasos sobre el parquet. Su cabello rubio caía en ondas sueltas, y su perfume dulce se mezclaba con el aroma del té. Clara, en cambio, estaba descalza, con ropa cómoda y el cabello castaño recogido en una trenza lateral, proyectando esa calma segura que siempre contrastaba con la energía de Lucía. -- ¿Entonces a dónde van? -- preguntó Clara, girando la taza lentamente entre las manos. -- Al centro, a un bar nuevo que abrieron… dicen que tienen música en vivo y un ambiente increíble --respondió Lucía, sonriendo mientras se aplicaba un poco más de brillo labial. Clara asintió despacio, pero su mirada era la de alguien que mide l...

Un castigo como ningún otro

El día había llegado y a mí me tocaba recibir mi castigo por (para variar) no estudiar y estar de vaga. El procedimiento ya me lo conocía: llegar a la casa de Kevin (quien en ese entonces ya era mi exnovio), llamar a Rebe, abrir la llamada, aceptar el regaño y empezar con el castigo. Debo admitir que me causaba cosquillas en el estómago; dolía, y mucho, pero no era como unas nalgadas en persona. Era raro: algo entre miedo, nervios y emoción, todo al mismo tiempo. Como cualquier otro día, me acosté en la cama, abrí mi laptop y empecé la conversación con ese gracioso “holi”, como si no estuviera preocupada por lo que venía. Solo que, dentro de unos minutos, mis nalgas recibirían su merecido castigo —merecido según Rebe, claro—. “¿Nerviosa?” apareció en la casilla de mensajes, y bueno… ¿Quién no lo estaría en un momento así? Supongo que la Patricia que todos conocemos no estaría para nada nerviosa en un momento así pero yo sí sentía esa mezcla de nerviosismo, entusiasmo y terror que solo ...