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La mejor alumna (Parte 5)

 Mercedes estaba inmóvil. Quería mucho a Amelia, era su amiga. Atesoraba esa relación desde el primer día que se cruzaron en una muestra de arte en la calle, donde se quedaron charlando durante horas.

A pesar de todo, se cruzó de brazos y no se movió. Sabía que tenía que aceptar las consecuencias, pero ahí en el departamento, con el riesgo de que su amiga, o incluso los vecinos, escucharan todo, la parálisis era brutal.

Amelia la miró de frente.

No voy a repetirlo, Mercedes.

—No Amelia, por favor. Haré lo que me digas, pero no aquí.

Hablemos del estado de este lugar —Amelia hizo un paneo general —Y de tu futuro en la universidad si sigues comportándote como hasta ahora.

El departamento donde vivían las chicas no estaba mal y, salvo por el desorden, estaba bastante limpio. Pero el desorden era algo que Amelia no toleraba y hoy estaba más irritable de lo usual. Así que, para sorpresa de Mercedes, frunció la nariz y se puso a recoger los vasos y los restos de comida y bebidas de la mesa del comedor. Y lo hizo con toda la intención de incomodarla.

—¡Amelia no hagas eso, por favor! —tomando las botellas vacías y como quien quiere acelerar la charla lo más posible —Hay cosas que no puedo manejar.

—Puede ser, pero estas cosas sí puedes manejarlas.

Silencio.

—Ve a buscar la cuchara. Deja de perder mi tiempo, y el tuyo.

Mercedes no se movió. Era la primera vez que actuaba de esta forma. Amelia se detuvo a observarla. Entonces, con una velocidad inesperada, la tomó de un brazo y la puso mirando a la pared.

—Déjame ver, faltan ¿cuántas horas para tu clase?, tú decidirás si quieres pasarlas mirando a esta pared o si quieres dormir, porque te aseguro que a clase vas a ir.

Acto seguido Amelia se sentó en una silla y se cruzó de piernas y brazos, el cansancio de casi las 3 de la mañana se empezaba a notar, pero no iba a hacérselo saber.

Mercedes podía ser terca cuando se lo proponía, pero estar toda la noche mirando la pared no era muy inteligente.

—Voy a buscar la cuchara —dijo por lo bajo.

—¿Cómo? No te escucho.

—¿Puedo ir a buscar la cuchara?

Aunque no le faltaban ganas de dejarla un rato más Amelia accedió. Tenía como objetivo que su amiguita aprendiera algo esta noche. No pensaba ir todos los días a controlarla como si tuviera 5 años.

Mercedes tardó bastante y apareció con una cuchara de dudosa efectividad.

Es la única que tenemos…

Amelia suspiró y se dirigió ella a la cocina. Un minuto después regresó con una espátula de metal de considerable peso y tamaño. La cara de Mercedes se transformó.

 —No, por favor. Te prometo que no voy a faltar a ninguna clase. Y voy a leer todos los días y...

—Espero que sí, por tu bien. Bájate los pantalones.

Mientras hablaba Amelia sopesaba en su mano el recién hallado instrumento y daba ligeros golpecitos en su palma. Mercedes no podía dejar de echar miradas furtivas a la puerta del dormitorio de su amiga. Rogando que no saliera justo en ese momento se bajó los jeans dejando apenas expuestas las nalgas.

Más abajo, a la altura de las rodillas… Inclínate, antebrazos apoyados sobre la mesa.

Ya estaba todo perdido. ¿Qué más podría pasar? Solo le quedaba rogar mentalmente que esa cosa no hiciera tanto ruido, aunque no tenía muchas esperanzas. Lo que no anticipó fue el impacto del golpe.

Amelia le dio seis golpes sobre las bragas alternando ambas nalgas, tres y tres, con una firmeza tal que Mercedes dejó escapar un grito. Casi inmediatamente se vislumbraron varias marcas de color rojo intenso. Mercedes se aferró a la mesa. Amelia le dio otra tanda de seis. Y otra más. La joven no pudo evitar abandonar la posición y ponerse de pie.

—Sobre la mesa, no voy a repetirlo.

La voz de Amelia ahora no dejaba espacio para la provocación. Los siguientes golpes fueron en la parte superior de los muslos. Eso terminó de desarmar a Mercedes que comenzó a llorar.

—Cada vez que te muevas o abandones la posición, los golpes serán aquí —dijo dando unos golpecitos en uno de los muslos con la espátula.

Era un castigo y tenía como prioridad era resolverlo en poco tiempo. No iba a ser agradable. Unos minutos después la joven solo lloraba e intentaba no moverse. Ya no pensaba en sus amigas.

—Espero que te sirva de lección. No quiero escuchar que siguen las fiestas entre semana. Y te aseguro que me voy a enterar porque estuve hablando con los vecinos y no están felices. Es hora de que las tres empiecen a comportarse, antes de que haya una denuncia o un problema mayor.

Amelia dejó la espátula y evaluó a la joven con la mirada. Las nalgas, aún con las bragas, se venían completamente rojas y la parte superior de los muslos exhibían varias marcas rojas, como manchas.

Tengo fe en ti, Mercedes. Sé que puedes entrar a ese grupo si te lo propones. Podrías hacer lo que quisieras. Ven, levántate.

Amelia le puso una mano en el hombro y Mercedes se aferró a ella con fuerza.

—No quiero volver a hablar de este tema salvo para saber lo bien que te está yendo. ¡Faltan dos semanas! no pienso venir a controlarte todos los días. Me entero de que las cosas no funcionan y vamos a replantear nuestro vínculo, ¿entendido?

—Sí, señora.

Amelia la volvió a abrazar.

—Acomódate la ropa. Ve a dormir, y no llegues tarde.

Mercedes asintió y se secó las lágrimas. Luego acompañó a Amelia hasta la puerta. El efecto de esa noche se iba a sentir por unos cuantos días.

Amelia salió a la calle y el aire fresco de la madrugada le dio en la cara. Afortunadamente su auto no estaba muy lejos. Cuando se sentó, miró la hora en su teléfono y vio que tenía un mensaje de un número desconocido.

“Tengo tu foto. Invítame un café así te la llevo.” 

Otros relatos de esta serie:
La mejor alumna (Parte 1)
La mejor alumna (Parte 2)
La mejor alumna (Parte 3)
La mejor alumna (Parte 4)

Comentarios

  1. Me encantó. Creo que vamos conociendo cada vez un poco mejor a Amelia. Ah! Y definitivamente no me veía venir lo de la espátula!. Dolió de pensarlo.

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