Amelia señala el piso justo frente a ella.
—Párate aquí.
Sofía es un torbellino de emociones contradictorias, pero de
todas maneras se acerca. El silencio, el estilo de la habitación y las
circunstancias que la llevaron hasta allí la abruman, pero no sabe cómo escapar.
Y eso que es una maestra del escape.
—Hablemos de tu escenita en la otra habitación.
—No quise tirar el jarrón, no fue a propósito —responde desafiante.
—Lo imagino, Sofía, pero no se trata solo del jarrón.
Hablemos de tu comportamiento antes de eso. O de tu comportamiento en la
escuela. Todo eso tiene que cambiar.
—¿Qué te importa a ti lo qué hago en la escuela?
Amelia levanta instintivamente la regla y la señala.
—Es hora de que cambies tu actitud. Vas a portarte bien y no
solo aquí, en la escuela, en clase de matemática, en la calle, donde quiera que
estés —y mirándola a los ojos agrega— Sobre mis rodillas, ahora.
Sofía permanece inmóvil y desafiante, intenta una media sonrisa.
La voz de Amelia de pronto es más grave.
—No me hagas repetirlo.
El gesto es tan categórico que Sofía se acerca y se recuesta sobre la falda,
como si una voluntad que no fuera la de ella tomara el control. Siente que la situación
es un poco irreal. Amelia le levanta la falda del uniforme y empieza a azotarla
con la regla a un ritmo regular. Y esa regla no es una regla cualquiera. Sofía cierra
la boca con un mohín. Decide que no va a llorar, que no le dará esa
satisfacción. Pero no puede evitar retorcerse. Amelia la sujeta con fuerza y
sigue durante un buen rato. Sofía sigue sin emitir un sonido. Amelia se detiene
y la observa, afloja la presión con la que le sostiene el brazo y descansa su
mano izquierda sobre su espalda. Sabe perfectamente lo que está intentando hacer,
entiende esa resistencia. Sabe también cómo lidiar con ella. “Te voy a enseñar
un par de cosas”, piensa, mientras desabotona el puño de su camisa. Llegó el momento
de bajar las bragas, y soltar el brazo.
—Esto es lo que pasa cuando te portas mal —Amelia acompaña sus
palabras con golpes cada vez más fuertes. Sofía se muerde el labio, un rubor
intenso cubre sus mejillas— ¿Te parece aceptable, Sofía?
La adolescente intenta zafarse y no puede. Hace lo imposible
por no llorar.
—No es una pregunta retórica, Sofía. ¿Te parece aceptable?
La regla ahora es despiadada.
—¡No! Basta —solloza.
—“No, señora”, Sofía —la voz de Amelia resuena fuerte y
clara.
—Ya, basta —ruega la adolescente entre dientes.
—No te escucho, Sofía —los reglazos retumban en la
habitación. Las lágrimas cubren las mejillas de la adolescente.
—No… señora.
Amelia percibe el llanto, el punto de quiebre, mientras Sofía
se rinde y relaja la tensión de su cuerpo. Casi siente empatía. “Casi
terminamos”, piensa. Pero este no es momento de aflojar.
Las nalgas están rojas y ardientes. Para dejar las cosas
claras los últimos golpes, que fueron bastantes, se los da en la parte superior
de los muslos. Sofía deja escapar un grito
y llora ahora sin restricciones. Jimena no puede evitar darse la vuelta para ver,
pero con solo una mirada de la tutora vuelve a su posición. Luego de unos minutos
que parecen una eternidad, el castigo llega a su fin. Amelia sostiene a Sofía
un momento y la deja llorar, luego la ayuda a ponerse de pie y le seca las
lágrimas.
—Ya está, ya terminó. ¿Estás bien? —Sofía asiente mientras
Amelia la abraza— Jimena, puedes venir.
La voz de Amelia ahora transmite calma.
—Levántense la ropa y tomen
asiento, chicas —señala el sofá— Lamento que nos hayamos conocido en estas circunstancias,
pero confío en que recordarán este día —toma de su escritorio la lista de
faltas— se van a llevar esto a sus casas y lo van a leer con atención. Esta vez
no les daré ninguna tarea adicional, pero no confundan mi amabilidad con debilidad.
Les recomiendo que lo lean atentamente y reflexionen sobre su comportamiento. No
quiero volver a verlas por estos temas.
Sofía lee la hoja de papel por primera vez. Amelia continúa.
—Como verán ese papel tiene la firma de tu madre, Jimena y la
de tu padre, Sofía.
Sofía no puede disimular su sorpresa y enojo. ¡Ese traidor!
—Pórtate bien —Amelia le susurra—
estuviste muy cerca de probar mi vara.
—Lo siento. —Sofía no desea
quedarse a experimentar.
—Pueden retirarse. Ya está todo perdonado. Espero no verlas
pronto por aquí.
Sofía ríe por primera vez.
—No lo creo, no pienso pasar ni cerca de este edificio.
Amelia sonríe. Abraza a ambas chicas.
—Cuidado con los vidrios al salir.
Otros relatos de esta serie:
Me encantó la última parte. Gracias por terminar la historia... siempre hablamos como vemos la fantasía y definitivamente este relato plasmó mucho como siento yo la mía. Amelia, imposible no amarla como Top para este punto. "Pórtate bien" definitivamente una frase que genera cosas.
ResponderEliminarVictoria eres the best! Me encanta y ya lo necesitaba ese final!!!! Ese viaje de emociones es impresionante, todo lo que puedes imaginar en una sección de disciplina.
ResponderEliminarLas spankees pueden ser muy contradictorias, una parte de ellas les pide rendirse y la otra resistirse, la habilidad del saber cómo quebrar y obtener la rendición absoluta es un arte
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