Ir al contenido principal

Las alumnas de Karen (Parte 1)

Un viernes de otoño, como todos los viernes, Amelia se encuentra con su amiga Karen a tomar el té. Por lo general, esos encuentros son conversaciones triviales de la semana y temas más o menos personales, donde Amelia suele compartir muy poco y Karen tiende a contar hasta el último detalle de su vida.

Karen es profesora de matemática en un colegio privado. Uno de esos lugares donde el estatus y la posición económica de las alumnas tienen más peso que la autoridad de una profesora. Hasta ahora Karen había podido mantener el mínimo equilibrio pero últimamente dos alumnas estaban fuera de control y le hacían la vida imposible. Esto repercutía no solo en su reputación sino en el comportamiento de todas las demás. La situación era tan insostenible que ella estaba pensando renunciar. Solo se lo impedía su orgullo, y por supuesto la falta de dinero.

Amelia la escucha atentamente mientras toma un sorbo de té. No es una extraña en las aulas, ella misma ejerció como profesora de literatura durante algunos años.

—¿Tan grave es? No recuerdo que hayas tenido problemas con tus alumnas antes

—Confrontan todo el tiempo, no escuchan, se van de la clase, hacen trampa en los exámenes y finalmente arrastran a todas las demás. Pero lo peor es el desdén y el maltrato, con algunas compañeras…— Karen se interrumpe de golpe y sus ojos se encuentra con la mirada firme de Amelia —y conmigo…

—¿Qué edad tienen?

—15.

Amelia se queda pensativa. A los 15 casi todos tenemos problemas con los límites. Probablemente tenga que ver con la situación familiar, no se puede hacer mucho ahí.

—¿Puedes, al menos, amenazarlas con la expulsión?

—Eso tiene que respaldarlo la directora y ya no quiere escucharme.

—¿Tienes pruebas de que hicieron trampa?

—¡Muchísimas! Tengo los exámenes, se podrían analizar…. y tengo un mensaje de audio. Y…— Karen se interrumpe, tratando de encontrar argumentos entre las pruebas que antes le parecían irrefutables.

—¿Qué vas a hacer al respecto?

—No puedo hacer nada.

—Claro que puedes, ¡no podrían hacer esto si no se los permitieras!

Karen suspira y mira por la ventana. Quiere cambiar de tema, la angustia le humedece los ojos.

Amelia se relaja.

—Envíalas a mi oficina el lunes.

Karen suelta una risa franca, conoce algunos detalles del trabajo de su amiga.

—Es una linda idea, Amelia, pero no creo que funcione. ¿Con qué argumento? ¡No van a ir!

Amelia abre su bolso y saca dos hojas de papel impresas.

—Les das una a cada una y les dices que tienen que estar en mi oficina el lunes a las 9 en punto, la dirección está en la hoja. Déjales bien claro que estas hojas tienen que tener mi firma y que no podrán entrar a tu aula hasta que estén firmadas. Y olvídate del tema, disfruta el fin de semana. Considera que el tema está resuelto— Amelia hace seña al camarero —Ah.. y no te olvides de enviarme los nombres, y las “pruebas”—, agrega con un guiño. 


Otros relatos de esta serie:

Las alumnas de Karen (Parte 2)
Las alumnas de Karen (Parte 3)
Las alumnas de Karen (Parte 4)
Las alumnas de Karen (Parte 5)

Comentarios

  1. Me encantó. Y me dejó con las ganas de saber que pasará (aunque una idea tengo). Creo que la fantasía de ser llevada a la oficina de alguien que tiene el rol o misión de disciplinarte es 🔥. Y más aún si esa persona se lo merece (como es el caso de esas dos señoritas). Espero con ansias la segunda parte!

    ResponderEliminar
  2. Me encantaaaa! Pero ¿pa cuando la segunda parteeee? Es cruel dejarnos en ascuas 😝

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Repitiendo errores...

Después del intenso castigo del lunes, pensaba que podría descansar… pero no. El martes tuve que ayudar a mi sobrina con su evento de primavera y, claro, me puse a hacer un sombrero de manualidades. Todo muy inocente, ¿verdad? Solo quería que quedara lindo. “Sí, inocente… hasta que alguien se da cuenta de que no estoy estudiando” , pensé mientras recortaba papel y pegaba brillantina. El problema fue que, creyendo que no había hecho nada malo, le envié la foto del sombrero a Rebe. Sí… a Rebe. Y su respuesta no fue un lindo “¡Uy, te quedó hermoso!” que esperaba. Lo tomó como una falta de sentido común, de obediencia, y una prueba de que no estaba cumpliendo con lo que me había dicho: estudiar para mi examen del miércoles. “Ups… creo que me voy a arrepentir de esto” , me dije, pero ya era demasiado tarde. Cuando llegó el miércoles, pasó lo inevitable: suspendí el examen. Y eso a Rebe solo le hizo darse cuenta de que el castigo del lunes había sido demasiado blando. —¿Cuándo puedes ir a lo...

¿Un cambio de chip? Un cambio de nalgas....

Era una linda tarde cuando me llegó un mensaje que a toda spankee le gustaba recibir: —Estás castigada. Sí, admítelo, amabas ese mensaje, ¿no? Enseguida agregó que no podía jugar videojuegos y que debía irme a la cama a las 23:30 hasta la semana siguiente; además, la idea era que aprovechara para descansar porque estaba resfriada y para estudiar la cantidad de cosas que tenía por entregar en las próximas semanas: trabajos, presentaciones, exámenes, etc. Como si una no tuviera nada mejor que hacer con su vida, ¿no? ¿¡Cuándo dormía la siesta?! Nada, me calmé, pensé en matemáticas, reflexioné, puse mi corazón sobre la mesa y escribí: —Está bien, no diré nada porque sé que me lo merezco —dije, orgullosa de mí misma. —¿Qué quieres decir? ¿Las otras veces no te lo merecías? —espetó Rebe como un balde de agua fría. Una queriendo mostrarse arrepentida y buena, y esas señoras te salían con esto… Insólito. Pero se preguntarán qué había hecho para estar castigada… bueno, les cuento. La historia c...

Un castigo como ningún otro

El día había llegado y a mí me tocaba recibir mi castigo por (para variar) no estudiar y estar de vaga. El procedimiento ya me lo conocía: llegar a la casa de Kevin (quien en ese entonces ya era mi exnovio), llamar a Rebe, abrir la llamada, aceptar el regaño y empezar con el castigo. Debo admitir que me causaba cosquillas en el estómago; dolía, y mucho, pero no era como unas nalgadas en persona. Era raro: algo entre miedo, nervios y emoción, todo al mismo tiempo. Como cualquier otro día, me acosté en la cama, abrí mi laptop y empecé la conversación con ese gracioso “holi”, como si no estuviera preocupada por lo que venía. Solo que, dentro de unos minutos, mis nalgas recibirían su merecido castigo —merecido según Rebe, claro—. “¿Nerviosa?” apareció en la casilla de mensajes, y bueno… ¿Quién no lo estaría en un momento así? Supongo que la Patricia que todos conocemos no estaría para nada nerviosa en un momento así pero yo sí sentía esa mezcla de nerviosismo, entusiasmo y terror que solo ...